jueves, 7 de julio de 2011
El coro
Cada ve que ocurre, es como un milagro. Toda la gente, todas las preocupaciones, todos los odios y todos los deseos, todas las angustias, todo el año de colegio con su vulgaridad, sus acontecimientos menores y mayores, sus profes, sus alumnos abigarrados, toda su vida en la que nos arrastramos, hecha de gritos y de lágrimas, de risas, de luchas, de rupturas, de esperanzas frustradas y de suertes inesperadas: todo desaparece de pronto cuando el coro empieza a cantar.
El curso de la vida se ahoga en el canto, de golpe hay una impresión de fraternidad, de solidaridad profunda, de amor incluso, que diluye la fealdad cotidiana en una comunión perfecta. Hasta los rostros se transfiguran, ya no veo a Achille Grand-Fernet, ni a Déborah Lemeur, ni a Ségolène Rachet. Veo seres humanos que se entregan en el canto.
Cada vez que ocurre lo mismo, siento ganas de llorar, tengo un nudo en la garganta y hago todo lo posible para dominarme pero, a veces, me resulta dfícil: apenas puedo reprimir los sollozos.
Entonces, cuando cantan un cannon, miro al suelo porque es demasiada emoción a la vez: es demasiado hermoso, demasiado solidario, demasiado maravillosamente en comunión. Dejo de ser yo misma, paso a ser parte de un todo sublime al cual pertenecen también los demás, y en estos momentos me pregunto siempre por qué no es la norma de la vida cotidiana en lugar de ser un momento excepcional.
Cuando la música enmudece, todo el mundo aclama, con el rostro iluminado a los integrantes del coro, radiantes. Es tan hermoso.
A fin de cuentas me pregunto si el verdadero movimiento del mundo no es el canto.
(la elegancia del erizo, Muriel Barbery)
Imagen Tito Lucaveche
¿Qué música oyes tú?
El curso de la vida se ahoga en el canto, de golpe hay una impresión de fraternidad, de solidaridad profunda, de amor incluso, que diluye la fealdad cotidiana en una comunión perfecta. Hasta los rostros se transfiguran, ya no veo a Achille Grand-Fernet, ni a Déborah Lemeur, ni a Ségolène Rachet. Veo seres humanos que se entregan en el canto.
Cada vez que ocurre lo mismo, siento ganas de llorar, tengo un nudo en la garganta y hago todo lo posible para dominarme pero, a veces, me resulta dfícil: apenas puedo reprimir los sollozos.
Entonces, cuando cantan un cannon, miro al suelo porque es demasiada emoción a la vez: es demasiado hermoso, demasiado solidario, demasiado maravillosamente en comunión. Dejo de ser yo misma, paso a ser parte de un todo sublime al cual pertenecen también los demás, y en estos momentos me pregunto siempre por qué no es la norma de la vida cotidiana en lugar de ser un momento excepcional.
Cuando la música enmudece, todo el mundo aclama, con el rostro iluminado a los integrantes del coro, radiantes. Es tan hermoso.
A fin de cuentas me pregunto si el verdadero movimiento del mundo no es el canto.
(la elegancia del erizo, Muriel Barbery)
Imagen Tito Lucaveche
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