La belleza no es una cosa, sino una manera de ver las cosas.
Esconde el rastro de sus pies descalzos esparciendo gotas de rocío sobre la hierba recién pisada y en el viento que corre entre las ramas disimula el murmullo de su canto. Conoce a todos los árboles por su nombre verdadero, el que está ligado a la tierra y nace en sus raíces más profundas, y es ella quien los viste o los desnuda de sus hojas con el cambio de estación.
Cuentan que esa región está encantada; incluso los más escépticos tratan de explicar los fenómenos que ocurren allí, aduciendo que una suerte de sustancias liberadas por alguna condición particular del tipo de suelo o procedentes de ciertas hierbas, por el momento desconocidas, son las causas responsables de lo que sucede a quienes pisan aquel territorio. Y es que todo aquel que traspasa el arroyo cristalino y se interna en el bosque, queda sumido en un misterioso silencio de palabras y un estado de sobreexitación por el que sus sentidos se agudizan de un modo sorprendente hasta el punto de poner en peligro la cadencia demasiado limitada de nuestro frágil corazón o el inestable equilibrio de consciencia que nos permite llevar una vida más o menos normal y acomodarnos al ritmo que impone la sociedad, ejerciendo su eficaz y sutil tiranía desde nuestra indiferencia aprendida.
Nadie la ha visto jamás porque Nelíade sabe hacerse invisible a los ojos del miedo primitivo nacido de nuestro instinto más profundo y arraigado. Sin embargo, yo sé que sus ojos son de un verde más intenso que el de los brotes nuevos en primavera y que los sortilegios con los que custodia aquel lugar se originan a partir de lágrimas que derrama a los pies del arroyo cristalino, cerca de su nacimiento.
En el pueblo ya me consideran loco y están tratando de convencerme para que me ponga en manos del médico o trasladarme a un centro especializado donde pueda recibir tratamiento; todo porque la luna nueva de cada mes regreso al bosque para vagar sin rumbo definido hasta el amanecer con los sentidos encendidos y el corazón disparado, sediento de un conocimiento más profundo de lo que verdaderamente soy.
Y cada día que transcurre siento que tengo menos miedo en mi corazón a pesar de que aún lo perciba igual de frágil y limitado que siempre. Sigo habitando la misma sociedad, manteniendo idénticas obligaciones, incluso conservo algunos amigos de los de siempre, pero otra luz diferente y poderosa alumbra desde mis ojos todo aquello que hago y las palabras -ahora más escasas- con las que me dirijo a los demás.
Nunca lograré verla así, sin más... aunque empeñe mi vida intentándolo sólo encontraré los indicios y signos que ella quiera mostrarme en su peregrina manera de revelarse, pues siempre existe ese miedo primigenio, adosado a nuestro espíritu, del que no podemos desprendernos por estar ligado a la propia condición humana desde su origen. Miente o es ignorante todo aquel que se atreva a negarlo. Pero al menos la impronta de los ojos que persigo brilla ahora en los míos y en esa claridad descansa el devenir siempre incierto de mis días. Algo de Nelíade, la centinela, corre por mis venas desde la primera vez que entré en ese bosque y un reflejo de la magia que se respira allí ha salido conmigo para contagiar la esfera del universo que me toca vivir y hacer más bello.
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