Para que conozcas tu casa, la tierra, todos sus niveles de vida y tu relación con todo lo visible e invisible, tienes que guiar. Está bien caminar durante un tiempo a remolque de un grupo, y es aceptable pasar cierto tiempo mezclado en el medio, pero al final todo el mundo ha de guiar durante un tiempo. No podrás comprender el papel de liderazgo a menos que asumas esa responsabilidad. Todo el mundo debe experimentar todos los diferentes papeles alguna vez, sin excepción. Tarde o temprano, si no es en esta vida, en alguna otra. El único modo de superar una prueba es realizarla. Todas las pruebas a todos los niveles se repiten siempre de un modo u otro hasta que las superas.
Yo había viajado más de 15.000 km desde una ciudad norteamericana, pero mi mentalidad no se había movido un ápice. Procedía de un mundo en el que primaba el hemisferio cerebral izquierdo. Me habían educado en la lógica, el razonamiento, la lectura y escritura, las matemáticas, la ley causa-efecto; pero ahora me hallaba en una realidad del hemisferio cerebral derecho, entre personas que no usaban ninguno de los conceptos educativos y artículos que se consideran de primera necesidad. Ellos eran maestros del hemisferio cerebral derecho y utilizaban creatividad, imaginación, intuición y conceptos espirituales. Ellos no creían necesario expresar oralmente sus mensajes, lo hacían mediante el pensamiento, la plegaria, la meditación, como se quiera llamar.
Cuan ignorante debiera parecerles, cualquier Auténtico hubiera pedido en silencio, en comunión mental, de corazón a corazón, del individuo a la conciencia universal que une todo lo vivo.
La idea me llegó de nuevo: “Sé agua. Sé agua. Cuando aprendas a ser agua, encontrarás el agua”. No sabía que significaban esas palabras. No tenían sentido. ¡Sé agua!. Eso no era posible. Pero una vez más intenté olvidar mi educación en una sociedad dominada por el hemisferio cerebral izquierdo. Cerré mi mente a la lógica y a la razón. Me abrí a la intuición y cerrando los ojos, empecé a ser agua. Olía a agua, la saboreaba, la sentía, la oía, la veía. Era fria, azul, clara, fangosa, quieta, ondulada, helada, derretida, vapor, corriente, lluvia, nieve, húmeda, vivificante, salpicaba, se extendía ilimitada. Fui toda imagen posible de agua que vino a mi mente.
Caminábamos por una llanura uniforma hasta donde alcanzaba la vista, tan solo había una pequeña loma rojiza, una duna de arena de poco menos de dos metros de altura con un saliente de roca en la cima. Parecía fuera de lugar en aquel lugar inhóspito. Subí por la pendiente con los ojos entrecerrados a causa de la luz cegadora del sol, como sumida en un trance, y me senté. Miré hacia abajo y allí, ante mí, se habían detenido todos mis amigos, que me habían ofrecido su apoyo y su afecto sin condiciones, sonriendo de oreja a oreja. Les devolví la sonrisa débilmente. Luego eché la mano izquierda hacia atrás para apoyarme y noté algo húmedo. Giré la cabeza como un resorte. Detrás de mí, en la continuación de la repisa de roca sobre la que me había sentado, había un estanque de unos tres metros de diámetro y medio metro de profundidad, lleno de hermosa agua limpia y cristalina procedente de la lluvia que había descargado la escurridiza nube del día anterior.
Creo de todo corazón que el primer sorbo de agua tibia me acercó más a nuestro Creador que el sabor de cualquier comunión que hubiera recibido antes en una iglesia.
No puedo estar segura del tiempo puesto que carecía de reloj, pero yo diría que no transcurrieron más de treinta minutos entre el momento en que empecé a ser agua y el momento en que sumergimos la cabeza en el estanque y lanzamos gritos de júbilo.
Alcé la vista hacia la vasta extensión de tierra que nos rodeaba y, al tiempo que daba las gracias, comprendí finalmente que el mundo es verdaderamente un lugar de abundancia. Está lleno de personas buenas que nos apoyan y comparten nuestra vida si se lo permitimos. Hay comida y agua para todos los seres vivientes en todas partes si nos abrimos para recibir y también para dar. Pero entonces, por encima de todo, valoré la abundante guía espiritual que había en mi vida. Disponía de esa ayuda en cualquier momento de angustia, incluida la proximidad de la muerte y el mismo acto de morir, porque había conseguido superar “mi estilo de vida”
(Las voces del desierto)
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